domingo, 14 de noviembre de 2010

MADERA PARA UN BAÑO

Cuando Vicente me habló de Maderita yo pensé que era otro de los artistas de medio pelo al que había dedicado uno de sus Water Tapes, más por amistad que por convencimiento.
Por eso, me sorprendió encontrar una crítica de su nuevo disco en Ladinamo, una publicación gratuita de cultura y arte que, por cierto, recomiendo encarecidamente. En esta revista la reseña de Maderita ocupaba exactamente el mismo espacio que la de artistas consagrados de la talla de Beck. Y, además, se hacía hincapié en la gran calidad de sus composiciones. Toda una sorpresa para mí. Como también lo fue descubrir que quien se encarga de su distribución en el mercado es El Volcán, la discográfica de Zeta, un grupo de comunicación hacia el que siento especial cariño.
No tardé en buscar en internet el Water Tape que le dedicó Vicente. 
Los Water Tapes, como su nombre indica, son grabaciones de grupos en su cuarto de baño. Cantando, claro. La idea puede parecer un tanto bizarra, pero yo la encuentro muy original. Es la manera de unir la acividad más pública de un intérprete -su actuación en directo ante un público- con la más privada. De esta forma, personaje y persona se difuminan en el único lugar en el que esto es completamente posible: el retrete.  Una fusión fantástica que dota a este espacio tan prosaico de connotaciones artísticas.
No digo más. Ahí queda el vídeo para quien lo quiera ver.  
 


lunes, 13 de septiembre de 2010

DEL SILENCIO



                                          SILENCIO


1. m. Abstención de hablar (Del lat. silentIum).


Escribir es una manera de hablar y si se trata de silencio, este folio debería estar en blanco. Pero el silencio habla. Más que una abstención de hablar es otra manera de decir. Es como los puntos suspensivos, nunca son gratuitos. No es lo mismo afirmar: “Éste es un hijo de mi vecina de arriba”, que “éste es un hijo de...”. Los suspensivos, pues, cuentan. Y mucho.

El silencio es la supresión de unidad sonora, pero no conceptual. Hay silencios que otorgan y que hablan. Silencios previos y posteriores. Indulgentes o autoritarios. Existen confesiones silenciosas y silenciosos gritos. También silencios que cuestan y silencios que se regalan. Hay silencios cómplices que levantan ciudades, que hacen volar, que van más allá del propio silencio...

domingo, 5 de septiembre de 2010

GOODBYE BICHO

Me gusta la música en todas sus variedades y, aunque no soy una entendida del flamenco (qué más quisiera), reconozco que se me ponen los pelos de punta cada vez que veo un espectáculo en vivo, tanto de cante como de baile. La intensidad contenida, la voz desgarrada y la elegancia de los movimientos hacen de este arte algo más que eso. Hacen magia. La atmósfera que se crea en una actuación de flamenco es energía en estado puro capaz de transmitir sensaciones muy diversas que, a menudo, terminan en catarsis. Al menos a mí me sucede eso. 

Este viernes me ocurrió algo parecido en el concierto de El Bicho, al que entré sin saber muy bien qué me iba a encontrar y salí encantada de no habérmelo perdido. Sin duda, disfruté durante casi tres horas de un flamenco fusión en el que cabía todo, desde bulería o rumba hasta jazz, sonidos africanos o copla.

Acostumbrada a ir a todos los conciertos que el tiempo y el bolsillo me permiten, y a conocer al menos la mitad del repertorio de las actuaciones, me sentía un tanto extraña en aquel recinto lleno fans con las cuerdas vocales preparadas para la ocasión. Yo era simplemente una aficionada. Había escuchado apenas dos discos (de los cuales sólo tenía uno) y de memoria era capaz de cantar dos o tres temas. Vamos, que no tenía ni idea. Yo iba allí para disfrutar del espectáculo, contagiarme del ambiente y aprovechar la última oportunidad para ver al grupo sobre el escenario antes de su disolución. Y mereció la pena.
El cantante, un showman encantadísimo de conocerse, calentó el escenario con bailes con un cierto toque derviche, acrobacias y una voz cálida que cautivaba desde el primer momento. Pero, sin duda, lo que más me fascinó fue la música. Para quitarse el sombrero, de verdad. En varias ocasiones solaparon la base sonora de dos canciones diferentes y de ritmos dispares con un resultado de sobresaliente. Por no hablar de su reinterpretación de Carmina Burana con ecos flamencos. Consiguieron que el Palacio de Deportes enmudeciera desde las gradas a las primeras filas. Y, como un último concierto no se da todos los días, no faltaron los artistas invitados. Entre ellos, una bailaora de flamenco y La Shica, otro gran descubrimiento, que regaló una versión de La Bien Pagá que quitaba el sentido. Al menos, a esta servidora que adora el folclore y la canción tradicional. Al final una noche que comenzaba con ciertas dudas terminó cargada de sorpresas, buena música y mejor ambiente. ¿Se puede pedir más?



jueves, 26 de agosto de 2010

NOCHES EN VELA


Soñaba con ella despierto, día y noche. Sin embargo, en sus sueños era incapaz de retenerla. Inmóvil, casi etérea su lado, ella daba luz a su vida. Sin saberlo, con esa blancura que la llenaba de inocencia. Por eso, cada noche se sentaba al pie de la chimenea, se ponía el pijama y pasaba largas horas observándola. Desde esa esquina, colocado a sus pies, podía disfrutar de la elegancia casi mágica de su musa que permanecía durante horas erguida sobre la mesa, ausente de cualquier mirada furtiva. La simple presencia de aquella imagen casi mística llenaba sus días y daba calor a sus noches en vela, que se alargaron durante semanas para no perderla de vista. Había decidido permanecer despierto todo el tiempo que le permitiera su biología para disfrutar, segundo a segundo, de esa llama que lo abrasaba por dentro.
Una noche que el cansancio estaba a punto de ganarle la batalla se armó de valor y decidió acercarse a ella:
-          El sueño me está venciendo… ¿qué puedo hacer?
A lo que ella contestó:
-          Tantos días admirándome desde tu rincón y ni siquiera te has dado cuenta de que yo también lo hago. Ardo en deseos de tenerte cerca y, en esta espera, voy a acabar consumiéndome. Ven aquí, abrázame y calla.
 

sábado, 20 de marzo de 2010

MIGUEL DELIBES


Hace una semana murió Miguel Delibes y, en cierta manera, dejó un poco huérfano el panorama literario actual. Con él se fue una forma de practicar la escritura basada en la sencillez. A través de cientos de páginas excepcionales logró la fusión perfecta de ironía y ternura, una mezcla difícil de conseguir.

Recuerdo una entrevista en la que comentaba que un escritor no debe, ni puede, desligarse jamás del entorno que le rodea porque es precisamente ese entorno el que le va a regalar sus historias, sus personajes y la forma de expresarse de éstos. Por eso, todas las mañanas Delibes salía a la calle y se sentaba en un banco para escuchar hablar a los desconocidos y así saber qué pensaban y cuáles eran sus preocupaciones. De esta forma aprendió a retratar como nadie el sentir de un país a lo largo y ancho de su geografía. Porque además de un maravilloso escritor ha sido un cronista y antropólogo de su época.

Libros como Cinco horas con Mario hablaron de las dos Españas mejor que muchos manuales de historia. Y también entendimos con más claridad los distintos universos sociales y su comportamiento gracias a Los Santos Inocentes.

Pero no sólo fue un maestro del contenido sino también de la forma. Delibes dio una buena lección de estilo a los que consideran que “buena literatura” significa escribir enrevesado, o que ser escritor pasa por utilizar términos anacrónicos que en su momento respondían a una forma de hablar pero que, pasado el tiempo, tienen muy poco sentido si no es para emular de forma desafortunada a los escritores del Siglo de Oro. Y para eso también hace falta arte. El que le sobraba a Delibes sin hacer el mínimo alarde cultural. Porque fue un gran escritor y un ejemplo de humildad.

jueves, 11 de marzo de 2010

LA MIRADA DE UN FOTÓGRAFO CON OJO

Aquélla era una mañana fría de noviembre. Corrían los años 20 y ella, aunque todavía no lo sabía, acababa de tomar una decisión que cambiaría su vida para siempre.

Una suave niebla teñía las orillas del Sena y, poco a poco, París se despertaba.

Alice tomó su abrigo y salió a la calle dispuesta a dejar para siempre el horno de leña en el que trabajaba desde que llegó a la ciudad de la luz. Seis años. Seis largos años viviendo entre la humedad de su alcoba y el olor a mantequilla de los croissants. ¡No, ésa no era la clase de vida que quería llevar!
Entonces, recordó el viejo acordeón que su padre le enseñó a tocar cuando apenas era una niña. Lo sacó del baúl, lo desempolvó y se lo echó al hombro.

- Ma petite, reste ici. Tu es folle ou quoi!..Si non, tu vas devenir une femme facile.

- Non, mamma. Pas une femme facile. Plutôt une femme fatale. Je serai une femme fatale.

En esa discusión estaban cuando yo las encontré en un astillero a la orilla del Sena. Les sorprendió mi presencia porque los fotógrafos no acostumbrábamos a trabajar en ese extremo de la ciudad, industrial y gris.
No olvidaré nunca los ojos de aquella mujer, desafiantes y llenos de fuerza. Quise inmortalizar ese momento porque algo en mí me decía que lo iba a conseguir, que sería una femme fatale capaz de fulminar con la mirada.

Meses más tarde leí en los diarios que una joven de provincia había triunfado en la bohemia emergente de París. Decenas de pintores llegaban de todos los rincones del país para retratarla. Se compusieron canciones expresamente para ella e incluso el Folies Bergère se vistió de largo para verla actuar. Cocteau, Chagal, Eisenstein o Picasso fueron testigos de sus encantos dentro y fuera del escenario.

Ahora se llamaba Kiki. Kiki de Montparnasse. La musa de los artistas. La estrella de Montmartre. El sueño de muchos hombres. La femme fatale...
Su fama creció como la espuma y duró mucho tiempo…pero eso ya es otra historia.


Muchas gracias a los que os habéis interesado por este tiempo de vacío en el blog. He pasado un tiempo sin internet y no me ha sido posible acceder a nada. Aprovecharé ahora, que ya estoy conectada de nuevo, para echar un ojo a vuestras entradas de estas semanas. Un beso a todos.

viernes, 5 de febrero de 2010

CIUDADES PARA VIVIR

Hay ciudades para visitar y ciudades para vivir. Con esta frase comenzaba un escritor mexicano, no recuerdo si se trataba de Fadanelli, una reflexión sobre el día a día en el D.F. Fuese o no él quien lo dijera, hoy al volver a leer ¿Te veré en el desayuno? me ha dado por pensar en esta cuestión y creo que tiene mucho de cierto. Porque, en realidad, ¿qué hace que una ciudad sea habitable? ¿Sus monumentos? ¿Quizás su organización? Eso posiblemente determine la afluencia de turistas o su aparición en las revistas de viajes. Pero, en el fondo, lo que nos ata a un lugar de manera voluntaria son otros aspectos mucho más sutiles. Aquellas pequeñas cosas, como dijo otro grande.

Son las callejuelas que recorremos cada día, la gente, los olores de pequeños restaurantes con encanto, la música a media noche que nos permite retenerla en la memoria y llevarla con nosotros, los colores y las oportunidades, aunque terminen siendo más sueños que realidad.

Las ciudades para vivir son aquellas que nos hacen sentirnos de allí desde el momento en que ponemos un pie en tierra y las que echamos de menos cuando nos alejamos. Son las que nos brindan la posibilidad de hacer planes a corto plazo. Las que nos permiten soñar y ser libres. Yo ahora me encuentro en una de estas ciudades.


martes, 19 de enero de 2010

LA HORMA DE SU ZAPATO

Él soñaba desde hacía tiempo con echar raíces. Deseaba crecer aunque le aterrorizaban esas arrugas con las que castiga el paso del tiempo. Sé que se me va la pinza. Lo sé, se decía cada mañana cuando estiraba la cabeza en busca de oxígeno para alisar su rostro. Porque aunque tratara de ocultarlo sentía que necesitaba que le echaran un cable, que le dotaran de energía.

Ella era voluble. En la zona se comentaba que cuando se le hinchaban los vapores actuaba con las vísceras y planchaba a todo aquel que se interpusiese en su camino. Sin embargo, en el fondo de su incombustible naturaleza anhelaba a alguien que rellenase su sensación de vacío, que le abriese los brazos y le permitiera mirar hacia arriba.

Se conocieron una tarde de diciembre y supieron al instante que no se separarían. Los dos habían encontrado la horma de su zapato.



sábado, 9 de enero de 2010

EL REGALO QUE LO CALLÓ TODO

Le pedí que me tratara como a una reina y me regaló unas zapatillas de felpa. Esa misma tarde lo dejé. Y no fue porque no me gustaran las zapatillas, que tenían su gracia. Ni porque después de tanto tiempo de relación no supiera el número que calzo.

El mensaje que les pintó con cola blanca, casi un homenaje borbónico, tampoco me molestó a pesar de mi convicción republicana. Es más, pensé que era una frase muy real para una reina. Tan real como las veces que él me la había repetido antes. Pero tampoco lo dejé por eso. El verdadero porqué estaba ahí, en las propias zapatillas.

Puse punto y final a nuestra relación porque entonces comprendí que ni siquiera se había molestado en desenvolver la gramática española que le regalé con todo cariño para su cumpleaños.