jueves, 26 de agosto de 2010

NOCHES EN VELA


Soñaba con ella despierto, día y noche. Sin embargo, en sus sueños era incapaz de retenerla. Inmóvil, casi etérea su lado, ella daba luz a su vida. Sin saberlo, con esa blancura que la llenaba de inocencia. Por eso, cada noche se sentaba al pie de la chimenea, se ponía el pijama y pasaba largas horas observándola. Desde esa esquina, colocado a sus pies, podía disfrutar de la elegancia casi mágica de su musa que permanecía durante horas erguida sobre la mesa, ausente de cualquier mirada furtiva. La simple presencia de aquella imagen casi mística llenaba sus días y daba calor a sus noches en vela, que se alargaron durante semanas para no perderla de vista. Había decidido permanecer despierto todo el tiempo que le permitiera su biología para disfrutar, segundo a segundo, de esa llama que lo abrasaba por dentro.
Una noche que el cansancio estaba a punto de ganarle la batalla se armó de valor y decidió acercarse a ella:
-          El sueño me está venciendo… ¿qué puedo hacer?
A lo que ella contestó:
-          Tantos días admirándome desde tu rincón y ni siquiera te has dado cuenta de que yo también lo hago. Ardo en deseos de tenerte cerca y, en esta espera, voy a acabar consumiéndome. Ven aquí, abrázame y calla.