lunes, 13 de septiembre de 2010

DEL SILENCIO



                                          SILENCIO


1. m. Abstención de hablar (Del lat. silentIum).


Escribir es una manera de hablar y si se trata de silencio, este folio debería estar en blanco. Pero el silencio habla. Más que una abstención de hablar es otra manera de decir. Es como los puntos suspensivos, nunca son gratuitos. No es lo mismo afirmar: “Éste es un hijo de mi vecina de arriba”, que “éste es un hijo de...”. Los suspensivos, pues, cuentan. Y mucho.

El silencio es la supresión de unidad sonora, pero no conceptual. Hay silencios que otorgan y que hablan. Silencios previos y posteriores. Indulgentes o autoritarios. Existen confesiones silenciosas y silenciosos gritos. También silencios que cuestan y silencios que se regalan. Hay silencios cómplices que levantan ciudades, que hacen volar, que van más allá del propio silencio...

domingo, 5 de septiembre de 2010

GOODBYE BICHO

Me gusta la música en todas sus variedades y, aunque no soy una entendida del flamenco (qué más quisiera), reconozco que se me ponen los pelos de punta cada vez que veo un espectáculo en vivo, tanto de cante como de baile. La intensidad contenida, la voz desgarrada y la elegancia de los movimientos hacen de este arte algo más que eso. Hacen magia. La atmósfera que se crea en una actuación de flamenco es energía en estado puro capaz de transmitir sensaciones muy diversas que, a menudo, terminan en catarsis. Al menos a mí me sucede eso. 

Este viernes me ocurrió algo parecido en el concierto de El Bicho, al que entré sin saber muy bien qué me iba a encontrar y salí encantada de no habérmelo perdido. Sin duda, disfruté durante casi tres horas de un flamenco fusión en el que cabía todo, desde bulería o rumba hasta jazz, sonidos africanos o copla.

Acostumbrada a ir a todos los conciertos que el tiempo y el bolsillo me permiten, y a conocer al menos la mitad del repertorio de las actuaciones, me sentía un tanto extraña en aquel recinto lleno fans con las cuerdas vocales preparadas para la ocasión. Yo era simplemente una aficionada. Había escuchado apenas dos discos (de los cuales sólo tenía uno) y de memoria era capaz de cantar dos o tres temas. Vamos, que no tenía ni idea. Yo iba allí para disfrutar del espectáculo, contagiarme del ambiente y aprovechar la última oportunidad para ver al grupo sobre el escenario antes de su disolución. Y mereció la pena.
El cantante, un showman encantadísimo de conocerse, calentó el escenario con bailes con un cierto toque derviche, acrobacias y una voz cálida que cautivaba desde el primer momento. Pero, sin duda, lo que más me fascinó fue la música. Para quitarse el sombrero, de verdad. En varias ocasiones solaparon la base sonora de dos canciones diferentes y de ritmos dispares con un resultado de sobresaliente. Por no hablar de su reinterpretación de Carmina Burana con ecos flamencos. Consiguieron que el Palacio de Deportes enmudeciera desde las gradas a las primeras filas. Y, como un último concierto no se da todos los días, no faltaron los artistas invitados. Entre ellos, una bailaora de flamenco y La Shica, otro gran descubrimiento, que regaló una versión de La Bien Pagá que quitaba el sentido. Al menos, a esta servidora que adora el folclore y la canción tradicional. Al final una noche que comenzaba con ciertas dudas terminó cargada de sorpresas, buena música y mejor ambiente. ¿Se puede pedir más?