martes, 19 de enero de 2010

LA HORMA DE SU ZAPATO

Él soñaba desde hacía tiempo con echar raíces. Deseaba crecer aunque le aterrorizaban esas arrugas con las que castiga el paso del tiempo. Sé que se me va la pinza. Lo sé, se decía cada mañana cuando estiraba la cabeza en busca de oxígeno para alisar su rostro. Porque aunque tratara de ocultarlo sentía que necesitaba que le echaran un cable, que le dotaran de energía.

Ella era voluble. En la zona se comentaba que cuando se le hinchaban los vapores actuaba con las vísceras y planchaba a todo aquel que se interpusiese en su camino. Sin embargo, en el fondo de su incombustible naturaleza anhelaba a alguien que rellenase su sensación de vacío, que le abriese los brazos y le permitiera mirar hacia arriba.

Se conocieron una tarde de diciembre y supieron al instante que no se separarían. Los dos habían encontrado la horma de su zapato.



sábado, 9 de enero de 2010

EL REGALO QUE LO CALLÓ TODO

Le pedí que me tratara como a una reina y me regaló unas zapatillas de felpa. Esa misma tarde lo dejé. Y no fue porque no me gustaran las zapatillas, que tenían su gracia. Ni porque después de tanto tiempo de relación no supiera el número que calzo.

El mensaje que les pintó con cola blanca, casi un homenaje borbónico, tampoco me molestó a pesar de mi convicción republicana. Es más, pensé que era una frase muy real para una reina. Tan real como las veces que él me la había repetido antes. Pero tampoco lo dejé por eso. El verdadero porqué estaba ahí, en las propias zapatillas.

Puse punto y final a nuestra relación porque entonces comprendí que ni siquiera se había molestado en desenvolver la gramática española que le regalé con todo cariño para su cumpleaños.