El hombre salió de la cocina bostezando. Una pila de platos lo acechaban todavía desde el fregadero, pero eso podía esperar. Lentamente, subió las escaleras. Ajustándose la toalla que llevaba atada a la cintura entró en la habitación. A través de la ventana, el sol iluminaba la estancia. Recorrió con la mirada todo el espacio buscándola. Ella estaba allí, apoyada en la mesa.
Aquella silueta ocupaba sus pensamientos desde hacía días. Dulcemente le sonrió. Poco a poco se fue acercando, con calma…como saboreando los momentos que vendrían a continuación.
-¡Qué ganas tengo de fundirme contigo!- le susurró. Sus manos la tocaban, pausadas, en una especie de caricia interminable. Comenzó a recorrer cada uno de los extremos de su anatomía, como tratando de reconocer aquello que le había pertenecido tantas veces.
Sin mirar, distribuyó sus dedos en posiciones diferentes, sintiendo su tacto. La suavidad le indicaba que nada había cambiado desde la noche anterior. Tras tomar aire, en un breve momento de placer, presionó sus dedos y comenzó a escribir en aquella Olivetti lettera 42 del año 85.
Uy, Olivetti hace mucho ruido cuando la tocan...
ResponderEliminarA mí el nombre de esa máquina siempre me ha parecido muy exótico. Me gusta.
ResponderEliminar¡Qué bueno!! ya iba a escribirte..."me encantan que despierten a besitos!!!! ...pero el amor a una olivetti???!!!
ResponderEliminarGracias mi amor por pasarte por el blog..
Feliz verano, Sally
Un abrazo grandote
Oh, la magia de las máquinas de escribir :)
ResponderEliminarBesos
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarjajajajaja, aunque te advierto que hay cada mac con unas curvas tan sensuales... que deseas pasar los dedos por su anatomía.
ResponderEliminarUn beso
sonrisa. hay pasiones y no hace falta decir más.
ResponderEliminar