sábado, 5 de diciembre de 2009

HISTORIAS DEL METRO


Viajar siempre es una aventura. Y no es necesario llegar hasta Laponia, Nueva York o Río. Basta con tomar el metro una mañana cualquiera, eso sí, mejor si es en hora punta. Por supuesto, encontrar un sitio libre nada más entrar en el vagón resulta casi un milagro a excepción de que nos montemos en la última o la penúltima parada de la línea, que frecuentemente significa que vivimos en el quinto carajo.
Volvamos al momento vagón. Es conveniente saber dos o tres cosas fundamentales. La primera: cuando llegue el metro al andén nadie del interior se moverá para que puedas acceder aunque éste esté vacío. Forma parte del ritual matutino de la gran ciudad. Así que si quieres entrar, ya puedes lanzarte en plancha en cuanto se abran las puertas y mover los codos de derecha a izquierda hasta que te hagan sitio, no sin antes acordarse de gran parte de tu familia. Otra opción es esperar a que alguna alma caritativa te haga un hueco, pero corres el riesgo más que probable de llegar al trabajo con un par de horas de retraso. Solución: empuja y entra. Con esto habrás conseguido la primera prueba.
Sentarse ya es harina de otro costal. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los lugareños poseen una técnica bien depurada para hacerse con el mejor sitio en el menor tiempo posible. Consiste en observar a las personas que van sentadas y deducir en qué parada van a bajar. Pinta complicado pero es más sencillo de lo que parece.
La escena es digna de película: unos duermen, otros escuchan música. También los hay que se culturizan el metro, por lo general con un best seller de los que anuncian por la tele. Y luego están los que sonríen. Es en ellos en los que nos tenemos que fijar porque son los funcionarios que viajan ensimismados pensando en el café de una hora que se van a tomar cuando lleguen a su trabajo o en los dos o tres periódicos que leerán en la cafetería antes de encender su ordenador. Ellos son la clave, porque además trabajan en el centro y abandonan el vagón cuando éste está hasta los topes.
Nos debemos situar discretamente delante de ellos y agarrarnos a la barra de tal manera que nadie se nos pueda colocar delante en un descuido. Ya sólo resta esperar a que se levanten y saltar en plancha al asiento. Éste es mi consejo. ¡Feliz viaje!

3 comentarios:

  1. Lo de culturizarse en el metro es algo que podría extenderse a otros medios de transporte y ciudades. Claro que corres el riesgo de marearte... pero me parece genial que la gente lea, donde sea y lo que sea: bestseller, periódicos gratuitos, revistas o panfletos.

    Saludos

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  2. je, je. Me he sentido muy identificado. El metro es uno de los lugares que más me enciende mis ganas de odiar a la gente y a su (nuestro) puto egoísmo.
    Gracias por la visita!

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  3. Acabo de descubrir tu blog, a través del de jg-LIJ, y no he podido parar de leer y de sonreir.
    En tu entrada sobre el metro me he sentido muy identificada. Cuando vine a vivir a Madrid me llamó mucho la atención el número de viajeros lectores. Pasó un tiempo y lo comprendí. Vengo de una ciudad pequeña donde me dirigía a todas partes andando...¡pero aquí invierto un siglo en desplazamientos! Y el metro de Madrid sólo "vuela" si llevas un libro contigo. Un saludo.

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